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Archivos Mensuales: julio 2014

29/06/13 Crónica de una boda

 

Hace un año (y unos pocos días ya) tuvo lugar la boda de David y Bea. Tenía como cuenta pendiente hacer una crónica sobre como fue aquel día, y a los novios y demás asistentes les pedí unos días para asimilar los hechos y ver las cosas con un poco más de perspectiva. Después de un par de meses, decidí que ya debía esperar a que se cumpliera un año de todo aquello. Y aquí estamos.

Sábado, 29 de junio de 2013. Como viene siendo habitual, el sol aprieta de lo lindo, mientras nos acercamos en coche hasta el Aralia, donde se iba a organizar todo el evento. Llegamos pronto, casi los primeros. A la vez que nosotros, llega Alba, la hermana del novio con sus abuelos. La conozco desde que era una cría, pero hacía años que no la veía. Intercambiamos saludos tímidos, tal vez nerviosos. Los dos, junto a Silvia, la hermana de Bea, tenemos un papel importante en la boda: Unas palabras que decir a los novios durante la ceremonia. Le pregunto que como lo lleva, y me dice que un poco nerviosa, pero no cuenta con emocionarse, soltar unas lagrimillas, ni nada de eso. Y nos lo creíamos. Ingenuos…
Después de reconocer un poco el lugar, ayudo a Andrés a buscar el sitio apropiado y colocamos la cámara para grabar la ceremonia. Aun así, la grabación estuvo a punto de irse al traste, pero por suerte conseguimos salvarla y apenas quedaron mal encuadrados los primeros instantes de la ceremonia para la posteridad. Empiezan a llegar más y más invitados, y nosotros decidimos ocupar unos sitios discretos en las últimas filas de asientos. Llega el novio del brazo de su madre, orgullosa. Y no es para menos. Él, sonriente, pero apenas puede ocultar el manojo de nervios que le recorre por dentro. Sé que Boceto llegó tarde, si no recuerdo mal, apenas unos segundos antes de que lo hiciera el novio, y eso que ya llegó con cierto retraso el primer protagonista del día. Algunas cosas no cambian.
Y después de la espera de rigor, durante la cual bastantes invitados empezaban a ponerse algo nerviosos, llega la novia. Sencilla y radiante, hermosa. Del brazo de su padre, emocionado. Y no es para menos. Así, tras los momentos para que novios y padrinos se instalasen en los puestos principales, comienza la ceremonia.
Para disgusto de los invitados a partir de la segunda fila, el arranque de «naturalidad» del concejal que oficiaba la ceremonia que le llevó a autoconvencerse de que se le oía perfectamente sin micrófono nos dejó sin entender gran parte del acto. Pero eso sí, los tres elegidos para decir unas palabras, teníamos el atril con el micro a nuestra disposición para ser escuchados con total claridad.
La primera fue Alba, que al final por unas circunstancias u otras, sí que acabó emocionada y soltando sus buenas lágrimas. Un rato más tarde llegó el turno de Silvia, con idéntico resultado. Fueron dos discursos muy sentidos, personales y emotivos. Yo le había dado catorcemil vueltas a mi discurso en las últimas dos semanas, y en ese momento agradecí haberme decidido por darle un pequeño toque informal a mis palabras, que creo que vinieron bien para cambiar un poco el tono de nuestras intervenciones.
La ceremonia entraba en sus últimos compases, y se acercaba mi turno de palabra inexorablemente. Me fui acercando poco a poco por un lateral a las primeras filas, para enterarme bien del momento en el que el concejal me iba a reclamar para soltar mi pequeño discurso. Escucho mi nombre y la invitación a acercarme, y me coloco ante el atril con un batiburrillo de emociones en mi cabeza mientras saco los papeles.
Comienzo a hablar, procuro alternar mi mirada entre los papeles y los novios, que al fin y al cabo esto va por ellos. El primer momento divertido va dedicado a la novia, y tenía la horrible duda de si reaccionaría con una mirada asesina o entraría en el juego de quitarle hierro y solemnidad al asunto. Se ríe, gracias a dios. Hay más de cien personas atentas a mi discurso, pero yo solo puedo fijarme en David y Bea. Continúo hablando, y al poco veo a David, el tío más frío y que menos exterioriza sus emociones, con los ojos vidriosos. Es la primera vez que veo algo así en los trece años que nos conocemos, demasiado para mí. Mi voz empieza a temblar, aunque trato de mantenerla como buenamente puedo. Para eso, decido esconderme mi mirada un poco más en los papeles, qué remedio. Termino y salgo de delante del atril para volverme a colocar entre esas últimas filas, arropado por las felicitaciones de mis amigos. Suficiente protagonismo por hoy.
La ceremonia acaba, y tras una breve espera tomando algo en el bar, comienza el cóctel. Entre Boceto, Sam, Javi y yo decidimos que era de mala educación declinar un pincho de cualquier cosa que nos ofrecieran los del catering, tras tropecientosmil pases de camareros, solo quedamos Boceto y yo mano a mano. Para el recuerdo quedará la imagen de Boceto saliendo detrás del camarero que llevaba la bandeja con Torta del Casar, ya que en un descuido no estaba presente cuando pasó por nuestro grupo.
Y llegó el banquete. A nosotros nos adjudicaron la mesa Lisboa, la mesa que tendría más peligro a lo largo de la noche: Cánticos varios, peticiones de besos en diversos lugares, promover el momento de cortar la corbata y la liga… Llegamos a la conclusión de que nos pusieron lo más cerca de la salida por si el personal del Aralia acababa por «invitarnos» a abandonar el banquete y todo, por liantes.
Pasaron los postres, la barra libre de cafés, los chupitos… Y antes de proseguir con la fiesta, disfrutamos del montaje de fotos, otro indispensable en estas celebraciones. Fotos más y menos antiguas, con unos y con otros, que volvieron a sacar alguna que otra lagrimilla de emoción y nostalgia al comprobar todo el tiempo que ha pasado.
Después, empezó la fiesta y los bailes. Como manda la tradición, abrieron el baile los novios, que con alguna dificultad que otra, cumplieron con el vals de rigor. A partir de ahí, las horas pasaron entre fotos, canciones y músicas de todo tipo, canapés para matar el hambre a mitad de la noche, y el surtido de complementos varios (caretas, pelucas, sombreros…) que aparecieron en un momento dado para aplicar un toque más de colorido a la noche.
Casi al final, Natalia se arrancó con una canción dedicada a la novia, para asombro y disfrute de los que resistimos ya a últimas horas de la fiesta. Acamos saliendo a los sillones y sillas del patio para descansar, y empezar con otro clásico de las bodas: «¿Quiénes serán los siguientes?» Hubo teorías para todos los gustos.
Y entre charlas varias empezaba a clarear el cielo, mientras algunos apuraban sus últimas copas. Otros como Antonio, el padre de la novia, sacaba su «deformación profesional» y no podía evitar recoger algunos de los trastos dentro del salón, dejándolos más o menos colocados sobre una parte de la barra. Señales de que la noche tocaba a su fin, y empezaron las despedidas y los paseos hasta los respectivos coches para volver a casa.
Acababa así el gran día de David y Bea. Y lo mejor de todo es que creo que consiguieron que fuera también un gran día para todos los que estuvimos allí.

Sin más, solo me queda disculparme por la tardanza en cumplir con mi palabra y hacer una crónica personal de aquel día y felicitar a los protagonistas por su primer año de casados, sus bodas de papel.

Y como les dije aquel día, que sea así por muchos años más.

 
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Publicado por en 4 de julio de 2014 en Sin categoría